Nadie ha viajado a buscar la felicidad, sin saber qué color tiene la esperanza. Parece algo inaudito para los locos que se disfrazan de bohemios. Es algo melancólico para esos seres que observan lo que está sucediendo desde un lugar casi vacío.
En este momento estoy muy tranquilo observando a una señorita llena de magia, la cual le pide permiso a las sirenas llenas de letras para leer lo que otros sienten. Tal vez ella se sienta inferior ante la magnitud de una mujer colmada de palabras. Creo que sus miedos no la dejan disfrutar de una tarde que está dispuesta a darle un abrazo. La contemplo profundamente por un instante; la imagino cubierta de flores y sonriéndole a la primavera. Aunque parezca una utopía, yo suelo desvelarme pensando en la estación florida y en esas personas que sonríen libremente sin sentir culpas.
Mientras el tiempo sigue transcurriendo de forma incontrolable en este sitio con perfume a té de canela. Me he dado cuenta de que estoy viejo; aunque ya lo sabía desde hace mucho, he podido sacar la conclusión en este instante. Ya que la mujer, a la cual he observado y le he propuesto decirle que puedo imaginar lo que siente, poco le ha importado. Hasta su sonrisa se ha desdibujado ante mi estúpido comentario.
Es por eso que he decidido pararme y decir hasta luego. No es que tenga temor de sentirme un hombre mayor. Creo que, a veces, es necesario silenciar el corazón y también a la imaginación. Porque, cuando menos lo esperemos, esa mujer estará colmada de amor y de sentimientos sinceros. Eso sí, nadie podrá hacerme olvidar su sonrisa… Y tampoco de su belleza.