El silencio me hace retroceder para que me dé cuenta del tiempo que perdí.
Me sorprende su amabilidad, si hasta hace unos minutos fue tan cruel conmigo. No me dejó decirle lo que sentía a esa mujer de cabellera suelta.
Es probable que esa situación haya estado propiciada por la pasión. Ella, un poco, se ha cansado de mis locuras. Ahora prefiere que sea un ser prudente, para que no siga sufriendo.
Aunque ellos dos pretenden cuidarme, saben que tarde o temprano volveré a decir lo que siento. No es que sea caprichoso. Solamente aprendí que el tiempo tiene vencimiento.
Desde los más profundos de los apegos emocionales, una señorita vestida de mariposa se camufla entre los recuerdos ingratos de su pasado con una sola misión: defenderse de la invitación de un loco que disfruta del tiempo.
No la culpo. Yo tampoco aceptaría invitaciones de un desconocido. ¿Qué podría pensar la señora llamada Cautela de ese accionar despiadado, de encontrarse frente a frente con un señor que se acaba de lanzar al vacío sin paracaídas?
Es ahí que, nuevamente, el silencio me golpea por la cabeza, exclamando:
“Otra vez de vuelta.”
Aunque me ha dolido bastante su llamado de atención, me he dado cuenta de que tiene razón.
Eso sí, no creo que nadie se quede callado ante semejante belleza que pude contemplar.