Cuando el reloj marca flores

Son las cuatro de la tarde y las custodias de las radiantes flores se han tomado un descanso. Necesitan ser libres por un rato y, en ese instante, cierran los ojos. Saben que los bandidos pueden aprovechar la vulnerabilidad de esas hermosas señoritas para seducirlas con propuestas indecorosas.

Por un momento intento engañar al tiempo, pero ni siquiera me ha dado la oportunidad de disfrutar de la mirada agradable de la flor. Sé que podría haber sido una tarde especial, aunque reconozco que muchas veces me ha decepcionado el aroma que deja la ingratitud. Por eso, su silencio ha sido necesario para no sentirme tan estúpido.

Ya con la noche, que nos llena de melancolía, me doy cuenta de que me has observado. Tal vez eso no signifique nada para vos, solo que mis súplicas de mendigo envuelto en días veloces me hacen imaginar lo poco que debo importarte cuando te mirás al espejo.

El reloj vuelve a marcar las cuatro. Solo que ahora ya es de madrugada: los gatos juegan a ser superhéroes y los perros le ladran a la luna. Intento no pensar en la belleza de tus pétalos, aunque sé que es imposible para un insecto que disfruta de las flores. Porque, cuando salga el sol, caeré rendido a tus pies.

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