El dolor sabe mi dirección

Amanecí pensando que el dolor que me aquejaba se había escapado por la ventana. Me desilusioné cuando vi que los hierros en forma de rombo no habían dejado que se fuera.

Tal vez esta sensación perdure por bastante tiempo, o quizás necesite que un alma llena de conocimientos se apiade de mí y logre extirpar, con su cuchillo, esta maldita aflicción.

Sé que he intentado sonreír mientras escucho el canto de los pájaros, cuando la quietud de un tránsito fluido me lo permite, pero es imposible: el estruendoso retumbar de personas vacías de sentimientos genuinos hace que nuevamente el dolor se avalance sobre mí.

Nuevamente es domingo y sigo acá, pensando cómo mis apuros y ansiedades lograron que no pudiera observar en el espejo cuánto daño me estaba haciendo. Solo por llenarle los bolsillos a unos espantapájaros faltos de cariño.

Cerraré los ojos nuevamente, tratando de que esta tortura se calme. Sé que ella me avisó hace muchos años que golpearía mi puerta si no disfrutaba de los colores de la vida, pero uno es tan frágil, que se olvida de los días que nos regalaron.

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