Aves que le temen a la luna.

Voy caminando por la orilla de un río caudaloso. En él se han ido mis pocas ideas de ser precavido y los mejores días que había guardado para entregarlos cuando me sintiera libre.

Me detengo a observar una hermosa ave; parece que recién ha salido de la jaula. Incluso las marcas en su alma podrían notarse desde muy lejos. No voy a negar que me ha llamado la atención su canto y la belleza que irradia.

Como no tengo prisa, me siento en un tronco viejo de eucalipto a conversar con ella, aunque sé que el sol nos abandonará muy pronto. He sentido en mi pecho que sus palabras me han traído alivio.

Después de un largo rato intentando convencerla de que vayamos a perseguir la luna esta noche, ella, aún atemorizada, me dice que tal vez algún día, pero que por ahora prefiere descifrar los misterios de un amor antiguo.

Me levanto e intento comprender por qué las aves se alejan a medida que avanzo. Me resulta extraño que, aun sabiendo que la libertad es hermosa, muchas busquen estar cerca de las jaulas.

Seguiré caminando un buen rato, sin importarme si ya es de noche o si el frío me condiciona el sistema respiratorio. Durante este tiempo he aprendido que los días brillantes de invierno son solo momentos cubiertos de escarcha y poblados de aves que no se atreven a conocer la luna de manera desobediente.

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