Burbujas

Voy viajando en una burbuja llena de mentiras tratando de alcanzar las sonrisas de un delfín lleno de magullones. Parece hipócrita de mi parte, pero es el último boleto que tengo para despedirme sin glorias de este lugar contaminado.

No quiero reírme del paisano que pasea por la calle vacía lleno de atuendos. Tampoco quiero decirle payaso, sería de mal gusto confundirlo con alguien que hace reír de vez en cuando a los niños.

Me detengo un minuto, el tipo me mira enojado, yo solo lo miro seriamente. No pretendo explicarle cómo funcionan las matemáticas en Estocolmo, demasiado tiene con entender qué dicen las gaviotas que hablan en castellano.

Mientras la burbuja se va rompiendo. Me doy cuenta de que el delfín goza de buena salud. Es probable que no pueda contarles a los caniches lo que ha sucedido entre el paisano y esa mujer facinerosa que llevaba colgada del cuello. Es demasiada información para esos animales que solo pueden vociferar lo que ha sucedido en la otra cuadra.

Ya no hay más mentiras, tampoco paisanos que se disfrazan de bueno. Las gaviotas me pidieron que me aleje de la zona y los caniches me mearon las piernas. Solo había una mujer contando los billetes que le sustrajo al que buscaba disfrazarse de payaso. Camino unos metros en silencio y pienso que siempre hay que ser auténtico, ya que muchos no saben ni de sumas, ni de restas, y terminan dando dádivas a los pobres, y recibiendo las ornamentas de un reno viejo.

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