Los sinsabores de una noche plagada de incertidumbres se mezclan con los deseos de poder contemplar la mirada de esa señorita llena de misterios. Tal vez sus manos suaves podrían brindarme un poco de paz. Aunque todo eso suene motivador, ella nunca sabrá quién soy, y tampoco podrá descubrir qué siente mi corazón cuando la tenga frente a mí.
Nuevamente, la oscuridad se ha hecho amiga de mis desprecios. Solamente tengo palabras sueltas que me rodean la cabeza. Aunque parezca algo determinante, mis sentimientos han quedado expuestos cuando descubrí su belleza.
Trataría de llamarla por su nombre, pero ¿de qué valdría semejante decisión? Si ella ni siquiera ha podido registrar mis habilidades culinarias. Lo único sorpresivo para ella fue haberle dicho que los cuadros lucen más hermosos cuando sus ojos se reflejan en el vidrio.
No le pediré que me sonría en este momento. Ella ya ha cerrado los ojos nuevamente. Es por eso que esperaré las luces del amanecer para llenar otra vez mi bolso de ilusiones. Porque, por más que a ella le resulte insignificante, mis ganas de volver a ver su rostro inmaculado siguen tan intactas como los días soleados de noviembre.