Un día podemos estar jugando a conquistar el mundo y sentir que nuestra felicidad puede traspasar una pantalla sin siquiera habernos dado un abrazo. Eso lo llamaría ser sincero.
Pero también llegan esos momentos en que todo se derrumba, y aparece la maldad en el cuerpo, que va deshaciendo los huesos muy rápidamente.
En todo ese dolor —inimaginable para cualquier ser humano que no lo está padeciendo— aparecen las sonrisas, el aliento y esas ganas de vivir que muchas veces las personas que han colapsado mentalmente pierden.
Siempre sentí que la noticia de tu viaje hacia el descanso eterno llegaría mucho más tarde. Creo que es la forma que elegiste para que el dolor no se sintiera por esos lados. Porque no solo sabías darle detalles a la vestimenta que llevan las princesas, también guardabas tus dolores para no contagiarlos.
No habrá esos intercambios de charlas de fútbol y lamentos de gente que se llenó la cara de maldad. Solo habrá recuerdos de muchísimos años y de una amistad que no se compra en ninguna cloaca virtual.
Gracias, señora Temple de Acero, por educar mi ego.
Gracias, mujer de la costa, por enseñarme a disfrutar de la vida.
Gracias, mujer guerrera, por alentarme a seguir siendo fiel a mi locura.
Gracias, mujer uruguaya, descansa en paz.