Casi sin darnos cuenta, una mariposa se ha posado sobre los labios de una bella mujer. Un lunar en su cara y un sinfín de dudas que marcan la tristeza en su rostro hacen que la mariposa intente acariciar su piel para lograr reanimarla.
He intentado avisarle que la lepidóptera, de colores muy cautivantes, no ha llegado para hacerle daño. Por el contrario, el insecto solo trata de que ella sonría y se sienta libre.
Eso ella no lo ha entendido. Después de gritos aterradores e insultos, y con un golpe certero de su mano izquierda, ha hecho que la mariposa termine estampillada en el piso. No conforme con eso, ha decidido colocar su calzado número 38 sobre ella.
Sinceramente, no pude seguir observando esa escena. No es que me resulte tenebroso el momento, solo que me cuesta entender esos instantes de alteraciones y de desamor. No condeno la actitud de esa bella mujer; solo pienso en lo difícil que es ser solidario con alguien que se acostumbra a aniquilar mariposas.