Dos palomas llenas de piojos observaban al gato de manchas blancas. Se reían de sus ojos llenos de lagañas y de sus uñas mal cortadas. Él solo dormía, soñando que se comía una pata de pavo. Nada especial, pero ¿quién no soñó alguna vez con comer pavo en Navidad?
Los días no han sido fáciles para las piojosas, más allá de que ahora se las vea sonrientes. Hace apenas unas semanas estaban de rodillas, pidiéndole al dueño del árbol que les volviera a alquilar aquel nido todo desarmado.
El felino, mientras tanto, se ha dado vuelta. Está con la panza apuntando al sol y mueve los bigotes como si estuviera a punto de atrapar al más grande de los ratones. Sabemos que solo será un sueño. Los roedores gigantes nunca se atrapan: son inmunes a las jaulas.
El dúo de aves, con el corazón lleno de amor contaminado, intentó hacerle una broma al gato. Con sus picos le rozaron la nariz. Grave error para esas dos muñecas grises. Ahora son el bocado perfecto para ese soñador que se despertó soñando que se comía un ave más grande.
Hoy son dos palomas desplumadas que ya no respiran, devoradas por un gato lleno de manchas. Nadie debería subestimar la sapiencia de un animal preparado para atacar a los débiles que se creen graciosos.