Ecos del tiempo

Por mis venas circulan los dolores y sentimientos de hace muchos años, y también los recientes.
A veces me lleno de odio, y otras, sonrío junto a la muerte. No creo que eso sea fabuloso, pero los días opacos se hacen cada vez más frecuentes.

Desearía rasgar mi vestimenta y gritarle al mundo lo que siento. Lo he intentado, más de una vez. Sin embargo, la comodidad de un sillón lleno de almohadones amarillos siempre termina ganando la batalla.

Seguiré manifestando mi dolor en este terreno lleno de melancolía. Tal vez sea así para siempre, o quizás mi anhelada liberación llegue abrazada a un amor lleno de telarañas.

Los rayos del sol van quemando mis brazos. Trataré de mantener la calma. No quiero desafiar a mi devaluado ego con pavadas. Ya lo intenté una vez, en Navidad, y lo único que conseguí fue comer una presa de pollo quemada.

Levanto una mano, pidiendo piedad al tiempo por su avance descontrolado.
Aunque no extrañe las sonrisas del pasado, sé que tarde o temprano volveré a necesitar esas medicinas que me inyectaba cuando alguien se desaparecía de mi lado.

Son remedios preparados con abrazos y sonrisas de personas a las que nunca les importó la banalidad de la gente que compra placer con monedas robadas.

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