El día en que la pasión decidió caminar

Que decisión tan difícil debe tener la pasión, que todavía no se animó a arrojar sus palabras sobre el lecho seco de un río, algo que parecía la salvación para el amor y para la hidalguía. Ahora es un vago recuerdo de algo que nunca iba a suceder.

En la puerta de la casa blanca, un caniche se sonríe de mi estúpida cara. Qué grosero el animalito. Deberían avisarle que su cabellera mal cortada es el hazmerreír de los ingratos.

La pasión no se ha movido, sigue ahí, quizás más fuerte que en otra ocasión. Ella sabe que muy pronto estará mirando el techo de un viejo hospital, pero ¿quién no miró ese tipo de lugares sin siquiera un aviso?

El animal vuelve a mirarme, solo que esta vez me quiere dar su patita derecha. Los dos sabemos que la noche nos cubrirá de estrellas y también de incertidumbres. Es por eso que prefiero darle un abrazo, aunque sé que luego él hablará de mí con sus compinches.

Ahora veo que la pasión ha comenzado a transitar muy lentamente. Ella sabe que tiene que intentarlo; de lo contrario será presa de sus palabras, situación que la hará sentir vivencias que ha guardado en algún cajón lleno de telarañas.

Me quedo observando cómo la pasión se va acompañada por el caniche. Hay muchas probabilidades de que se acompañen hasta el final del camino. La pasión se da vuelta y me mira sonriendo. Sabe que ese perro es tan imprudente que despertará al amor antes de que lleguen a la primera esquina.

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