Entre brasas apagadas y silencios

Desde acá veo cómo la marea se muestra tranquila.
No juzgaré al pájaro que juega con un hilo dental.
Demasiado se burlaron de él por no saber cantar entonado.
Por momentos siento que yo también soy sentenciado por ese pájaro gris.

Mis ímpetus de intrépido se van apagando, tal como lo hace la hoguera llena de carbones húmedos.
En estos últimos tiempos solo cuento anécdotas desgastadas a los pocos que me escuchan.
Los demás se divierten con otro tipo de estupideces; se nota que están viejos.
Hasta el mal humor se percibe en sus párpados llenos de arrugas.

Aunque varias mariposas altaneras me hayan preguntado cómo late mi corazón, he preferido seguir mirando a esa ave cenicienta.
No es que me haga el desentendido de los maravillosos colores que ellas lucen,
pero ya me cansé de regalar miradas a bellezas que solo se aprecian de día.

Se nota que, al llegar la noche, nadie quiere saciar su ego mostrando sus carencias.
Todos han desaparecido; se advierte que la marea crecida los arrastra de los lugares solitarios.
No les suma dádivas un marinero sediento de amor.
Ellos prefieren pájaros apagados y mariposas sonrientes que se ilusionan con tener una cama tapizada de flores de crisantemo.

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