La sinceridad de una noble mujer se esparce como un vaso de agua en el océano. Es imposible que sus ideas sobre un mundo colaborador sean aceptadas por el cardumen de pirañas aprovechadoras.
Ellos no conciben ser partícipes de una organización guiada por la cordialidad y la empatía. Nacieron para lo que son: peces que destruyen la amabilidad y el buen compañerismo.
Por eso, esa señorita de cabellos lacios debería sentarse en el filo de una ventana y observar cómo ellos se eliminan entre sí. Porque esperar que esos peces disfrazados de estrellas brillantes cambien su ideología podrida solo hará que su cabeza estalle por culpa de esos malditos.
Sabemos que la divinidad celestial no puede ser parte de esas bestias que hacen flamear una bandera blanca con un fantasma en el centro. Son solo hipócritas que buscan sacar réditos a costa de quienes deciden meter los pies en el barro.