Mariposa sin Nochebuena

La gente no ha parado de saludarse. Sí, hasta más bondadosos parecen. Veo sus caras de hipócritas y termino entendiendo los berrinches de mi perra el día que le festejamos su cumpleaños número cuarenta.

Ella se había comprado un vestido rojo con lunares blancos y, por culpa de un gato ebrio que se lo rompió, la perra terminó desbordada. Eran quejas irreproducibles las que ella propinaba. Exigía un vestido nuevo y diez kilos de hueso de primera.

La locura del animal me puso fuera de mí. ¿Dónde podría comprarle un vestido nuevo? El único local del condado estaba cerrado por duelo. Don Pedro, el sex symbol dueño de la tienda de ropa, había pasado a mejor vida. Exceso de pastillas que endurecen los sentidos y hacen explotar los corazones dinamitados.

Mi amiga, la que juega a juntar grasa vencida en la heladera, me comenta que la perra ya está grande para enojarse. Que debería hablar con ella de una forma más considerada. Me sugiere que debo tratarla de manera correcta y que debo pedirle perdón.

No tengo respuesta ante tamaña sugerencia; con suerte he podido conseguir medio kilo de huesos y de paso parecen estar en mal estado. Casi como la grasa que se guarda en la heladera.

Sin darnos cuenta, ya es hora de brindar. La perra y el gato se besan de forma desaforada. Es imposible creer que ellos se amen. Como tampoco creo que una mariposa se muera unas horas antes de la Nochebuena. Eso sí, últimamente estoy creyendo en los renos navideños que se abrazan con los marcianos.

Compartir
Compartir
Compartir

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *