Nos volvimos a mirar después de mucho tiempo. Hasta la noche agradable de septiembre nos cobijó. No voy a mentir: volví a sentir lo mismo que aquella noche de verano, cuando te animaste a limpiar mis heridas con lo que tenías a mano.
Tal vez ese pez errante, sincero y fuerte, que solo busca sentir paz, se abalanzaría sobre la belleza de la sirena que todavía conserva intacta su magia. Pero no: prefirió seguir nadando en aguas turbias, hasta que no lo vean nunca más.
Siento que no puedo ser correspondido por tus ideas estructuradas, pero ¿quién logra adormecer el pensamiento para no seguir evocando a tan hermosa mujer?
Como siempre —y me alegra que así sea— te has marchado en busca de felicidad. Yo, por lo tanto, seguiré observando cómo la luna continúa creciendo.
En alguna noche de verano, es probable que saques una pequeña sonrisa al recordarme. Porque nadie olvida cuando las heridas fueron curadas con amor… sabiendo que el tiburón puede morder, pero también entendiendo que los tiburones solo atacan cuando han sido heridos.