Sentimientos

El aroma a carne asada y una flor de ceibo que cuelga de un alambre herrumbroso son las particularidades que tiene la casa de «Frida y don Manuel». Manuel es un hombre que supo luchar contra los chismes y defenderse a cuchillazos de la hipocresía.

Manuel debe estar pisando los 75. De chico les contaba cuentos a las palomas; de grande las alimentas con lechuga y formol para que no envejezcan. Aunque nunca leyó un libro de autoayuda, sus palabras suelen ordenarles las cabezas a las ardillas ebrias.

Mariana es una piba que el martes pasado ha cumplido 30 años. Aunque por su fisonomía aparenta ser más joven. Sus anteojos vintage la convierten en una señora de cuarenta y picos.

Fue un día de primavera. Cuando estas dos personas se conocieron. Mariana le vendía medias a los delfines, Manuel juntaba sol en su cuerpo para no convertirse en un aburrido jubilado.  

Aunque la tía solterona de Mariana siga sosteniendo que eso no es amor y que los amigos del bar digan que Manuel es gobernado por una flor juvenil. Ellos cumplirán mañana su aniversario número nueve de casados.

Seguramente estarán presentes todos los animales que los rodean. Se embriagarán con licores importados y dirán su promesa de amor que tienen colgada en el árbol más viejo del terreno.  Se pondrán tristes por las ausencias de su mascota felina y jugarán carreras de embolsados con los cerdos más pequeños.

Mariana lo llama por «don Manuel”. Él, por un seudónimo, “Frida”. No han hecho promesas sobre el mármol, ni se han metido en bañeras de colores para justificar su amor. Solo tienen una consigna que utilizan todos los días. Es ir hasta el árbol añoso y leer el cartel que dice…No nos importa tu avaricia, mucho menos tus palabras llenas de veneno

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