Séptimo día

Mis pedidos nocturnos se movilizan en balsas de maderas deterioradas. Desearía poder sonreír, pero ni siquiera he podido moverme. El adormecimiento mental me impide ver las luces de colores que aparecen por el Este.

En la cúpula de una ciudad antigua veo una señorita que se queja de su soledad y le pide a Dios que mañana nadie se acuerde que es madre. Tal vez sus días de silencios la dejaron llena de moretones; por lo tanto, prefiere que nadie la observe.

En cambio, la señora que muestra los dedos de sus pies para atrapar la energía de la noche No ha podido convencer a su corazón de que sería una buena idea de que tenga una compañía. Aunque lleva bastante tiempo, escapándole a los flechazos. Su mente se siente ansiosa por activar un par de funciones de esa amígdala dormida.

Alguien me avisa que ya es un nuevo día. Situación que viene sucediendo desde hace bastante tiempo. Personas que me dicen que hay que comenzar de nuevo y señoras que buscan conflictos en el fondo de los tarros de leche nido.

Ya debemos estar cerca de la medianoche. Los fantasmas se están apurando para comprar flores de papel y crisantemos con perfume a muerte. Ritual que ellos usan para matar las culpas y también para quedar bien en una foto.

Desde la cúpula la mujer me pide que me cuide; la señora de los pies desnudos solo se ríe. Por hoy trato de valorar sus compañías. No es que no quiera estar solo, pero es muy estúpido no darse cuenta… De que uno puede tener más valor que siete.

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