Sin un mensaje de paz que llegue a mí alma. Me convierto en un sonámbulo que camina buscando un rumbo armonioso. No sé dónde quiero ir, parece ingrato para los demás. Necesario para este cuerpo gordo lleno de cicatrices.
A mi lado viaja un ser superior que intentará saltar al vacío en algún momento. Él va preparado, tiene unos lentes para que no lo lastime el sol y un vocabulario muy correcto para defenderse de las estupideces que le puedo llegar a decir.
Por más que intento no toser, el perfume desagradable de un oso disfrazado de canguro me termina aniquilando. En este momento han comenzado a retumbar sonidos estrepitosos que han hecho que la tarde se perciba distinta. Por un instante siento como el colapso no puede detener la locura encerrada que llevo en una botella de salsa vacía.
No quiero que nadie me detenga y que tampoco me diga que soy bueno. Las cartas de la benevolencia que llevaba en mi bolsillo derecho se desparramaron por el aire. Muchos roedores no podrán ni siquiera atrapar una. Porque sus manos están llenas de excremento.
Mientras mis silencios se van yendo por el aire. Ya no tengo tiempo de fijarme en qué dice la luna, tampoco en qué pierde el tiempo el sol. Por ahora, trataré de sonreír solamente cuando el Mar y el Cielo estén abrazados en búsqueda de paz.