La incógnita se hace misteriosa y no puede calmar su ansiedad. Parece que necesita meterse en nuestros cerebros para contagiarnos sus emociones. Aunque he tratado de mantenerme sereno para que no me ataque, también siento que puedo usarla a mi favor, mientras todos me miran.
En el fondo, observo a un muchachito que se esconde bajo su sencillez. Es la tercera vez que lo veo, pero ya me di cuenta de que él necesita que alguien le diga que tiene que volver a intentarlo. Se nota en su voz la amabilidad de sus palabras; sería un buen gesto de amor que personas llenas de sinceridad le brinden un abrazo.
Cierro los ojos por un momento y escucho a dos mujeres que dicen: «Necesitamos un viaje para endulzar el corazón». Tal vez eso que piden sea una excelente opción para la poeta que sigue sembrando letras para olvidar el dolor de la pérdida de alguien que la tuvo en brazos de pequeña.
El sonido de una guitarra me hace abrir los ojos nuevamente. Ahora hay un señor que está parado a mi lado. Él me dice al oído que no lo diga, que debo silenciar mis pensamientos. Lo escucho, y me sonrío en complicidad con una mujer que está cubriendo una tela con colores. Ella sabe que el tiempo encontró un atajo y se olvidó de avisarnos. Es en vano que me calle; ya lo hice el día que tuve que charlar con la muerte, de no ser por los gritos de piedad de las estrellas. Seguramente no existirán estas letras.
De pronto, nuevamente estoy solo. Los acordes de un violín han desaparecido. En mis bolsillos tengo un billete con la cara de un animal furioso y una ilusión que se acaba de encender. No es una señal de peligro, es sentir que la locura sigue intacta en mis venas. Es por eso que mi corazón debe estar preparado para un nuevo combate.