Las velas se consumen hasta apagarse, y los dolores se acrecientan cuando les inyectamos pantomimas heredadas de seres malvados. Es por eso que los sueños siguen firmes en el corazón de aquellos que buscan contribuir a un mundo más equitativo.
Mientras escucho a un señor que canta sobre el dolor que le ha causado el amor, observo la comisura de los labios de una señora todavía esclava de sus pudores. Por momentos parece ir en pleno vuelo, buscando el placer, pero sus miedos la bajan de un manotazo violento.
El calendario me indica que es un número impar el día que hemos comenzado a transitar. Intento no dejarme confundir por eso. Demasiado he tenido con los ruidos confusos que me han propinado los pesimistas.
Vuelvo a observar a la mujer confundida. Ahora la veo más relajada; tal vez sea la bebida espirituosa de manzana que ha bebido, o tal vez se haya dado cuenta de que su próximo aniversario cincuentenario la abrazará muy pronto. Porque, de otra forma, no lo entendería. Que se ría de las estupideces que dice un delirante.
El show se ha terminado. Me sorprende que aún esa vela pacífica, que me ha alumbrado toda la noche, siga encendida. Trataré de entender que la actualidad novedosa nos permite disfrutar de esas exclusividades. O tal vez sea esa mujer de la comisura fatal la que haya logrado mantener el brillo en una noche donde el amor puede inmolarse en columnas que aún huelen a gula y abandono.