No puedo imaginar qué puede suceder esta noche. Mi mente se ha detenido entre los sinsabores de una tarde peligrosa y los dolores que aquejan mi corazón maltratado. Podría desearle paz al mundo que vivimos, pero mis últimos deseos me los dejé en un lugar poco agradable.
Mis alegrías se disputan una carrera al todo o nada contra la ansiedad; saben que pueden perder. De igual modo, he preferido sentarme bajo la oscuridad de un árbol lleno de espinas a escuchar qué dicen las mujeres alegres y observar cómo un par de jóvenes se desnudan para sentirse rebeldes.
Por un momento me dejo llevar por la algarabía de aquellos que festejan los delirios de un par de dementes. No intento parecer estúpido ante los aplausos de los caretas. Eso lo superé el día en que me vi obligado a servirles un plato de bondad a aquellos que se olvidaron el color de los ojos de mi madre.
Aunque haya pasado más de veinte horas desde que la adrenalina poderosa haya captado mi atención. Debo entender que mis ganas de vivir son solventadas por la conexión que tengo con dos mujeres llenas de recuerdos. No es casualidad ver cómo ellas me sacan de lugares llenos de alimañas cuando yo he sido convencido de que la generosidad es un motivo de conquista.