Después de mucho tiempo, anoche volví a sonreír a carcajadas. Hacía bastante que no lograba divertirme. No quise sentir culpas por haber destruido mi economía, tampoco por haber dejado sola a mi gata malcriada.
Volviendo a casa, me crucé nuevamente con la muerte. Ella ofreció llevarme y visitar ese lugar donde habíamos tenido nuestra última charla profunda. Se la notaba más tranquila que en aquella ocasión, si hasta se sonrió de sus últimas fechorías y de las promesas no cumplidas. Aproveché que ella estaba en ese modo y le regalé un par de letras para que se entretenga cuando esté aburrida.
No digo que estas pocas horas que he dormido hayan sido un descanso reparador, pero sí pude desconectarme del egocentrismo facineroso que me revoletea en estos días de otoño. Sí, hasta la muerte se pone ronca cuando habla de los hipócritas. Ella me comentó que se ha cargado varios de ellos en estos días.
Mientras que el tiempo sigue girando muy velozmente. Me doy cuenta de que la noche ha vuelto a cautivarme, ya que ahora estoy esperando tener una charla con esa señorita de sonrisa prominente. No es que me sienta atraído por ella, solo quiero que me diga qué sienten las mujeres hermosas cuando son abrazadas por el frío. Aunque parezca una estupidez, eso me permitirá no volver a pensar en la muerte y tampoco en los envidiosos que han comenzado a mostrar sus garras.