Los grillos me están acompañando en esta noche larga. Mis pensamientos no me dejan abrazar a la tranquilidad y me he convertido en un explorador experimentado del insomnio. No sé cuánto tiempo más puedo seguir así. Sí, hasta el espejo se ha atrevido a decirme que no me veo bien. No quiero discutir con él. Demasiado tengo con la hipocresía que ronda en los surcos que suelo transitar.
Parece que todo fuera un círculo cerrado donde las marionetas despeinadas se ríen a viva voz de la osamenta de un soñador obeso. Aunque haya intentado salir de esa reclusión, siempre hay un estúpido sentimiento que me retiene en el encierro circular.
He dormido pocas horas y nuevamente me encuentro con el sol. Hemos hablado de sus proyectos y no me ha dejado contarle de los míos. Para ser sincero, agradezco que sea así. No quiero que él le diga a la luna roja mis deseos de conquistarla.
En cualquier momento las alarmas se vuelven a encender. Es probable que deba permanecer atento al movimiento que realiza el sol. Sin pedirle una opinión, el señor de barba prominente que está en un cuadro en mi habitación me indica que debería aprender mucho del astro rey.
Ese hombre también acota que la luna roja no ha sabido de brillos especiales. Siempre buscó soles acéfalos para intentar sonreír. En unos pocos segundos de silencio me he dado cuenta de que ya he dejado de pensar en conquistarla. No es porque no me cautive, solamente que hoy aprendí a quererme un poquito más en los días confusos de enero.