El otoño ha comenzado a golpear la puerta. Aunque sea reiterativo con el dolor que me producen los días de incertidumbres, no he tenido más remedio que olvidarla. Aunque ella sea un ser majestuoso y con un espíritu agradable. No he podido entender sus confusiones, mucho menos los dilemas que tiene con los días festivos.
Me ha costado bastante distanciarme de su belleza. Sí, hasta mis letras la han seguido buscando en algunas noches melancólicas. No es por nada, pero esa mujer debe haber hecho algún pacto con ciertos brujos de la zona. De lo contrario, no tiene explicación alguna su encantamiento.
La mujer de lentes recetados y que usa su caballera recogida se ha marchado hace un par de días. Seguramente, con el transcurso de las últimas jornadas de verano, ella solo será un bonito recuerdo y un buen consejo de que los sentimientos sinceros no deben ser mostrados de inmediato.
Mientras ella se fue caminando hacia un rumbo desconocido. Yo me he sentado bajo este frondoso ciruelo, esperando que sus hojas cubran mi cara. No es que quiera estar oculto. Solamente que disfruto las caricias de esas pequeñas hojas cuando comienzan a tomar vuelo. Sensación que durará un par de días, porque cuando menos lo espere. Este árbol ya estará nuevamente florecido.