¿Cuántos gramos de libertad puede haber en un envase de gaseosa vacío? Las repuestas se tergiversan… Casi como los sonidos que surgen de la boca de un linyera mal alimentado.
Sin darnos cuenta, estamos lejos del libre albedrio y sumidos a un tormentoso silencio que nos hace sentir más frágiles. Lo cual da por resultado una mutación en animales que tienen cuernos.
En esa ebullición que significa pensar en que nos hace bien para ser felices, aparece el amor. Ese loco llega vestido de smoking y se coloca una rosa roja en el pecho para ser más considerado. Al comienzo parece ser alguien muy divertido, pero después de un tiempo puede subirse al pedestal del ego o terminar en un contenedor de residuos tóxicos.
Mientras sigo pensando en la libertad. Una señorita que lleva puestos unos lentes rosados me dice que deje de mirar la luna; ella comenta que es mucho mejor observar el color naranja del amanecer. Que si hago eso, mejorará mi vista y limpiará mi cerebro.
Casi como he podido, me levanté muy temprano para mirar el amanecer. Es muy cierto lo que decía esa señorita con lo de la vista; ahora puedo ver mejor. Desde lejos puedo observar a un señor que dice ser feliz mientras abraza un cactus de dos brazos. Lo del cerebro no ha funcionado, estoy más estúpido que ayer.
Tal vez tengan razón los caniches de mi barrio; ellos dicen que la señorita de lentes es una mala influencia para los hombres y que los chismes son verdades en las bocas de las señoras mayores.
La realidad indica que carecemos de libertad para ser felices y que intoxicamos de forma permanente al amor con nuestros problemas cotidianos. Esa deducción hace que deje la botella vacía en un lugar donde no la vea nadie, no vaya a ser que alguien se dé cuenta de que puede ser feliz solamente con darle un abrazo a ese que lo ha perdido todo, pero, aún así… Le sigue sonriendo a la luna.