Siempre esperé los días oscuros para llenarlos de color. Nada puede ser más placentero que cerrar los ojos para abrazar a quien te ha enseñado a ser sincero.
Mientras los hipócritas y envidiosos se alejan en silencio, una multitud de manos llenas de amor se acercan para hacerme notar que estoy vivo.
A quién puede importarle las locuras de un pez cartilaginoso. Sí, solo les han interesado sus días de beneficencias y los silencios impolutos de situaciones que un demagogo hubiera contado sin ponerse colorado.
En los giros que tiene la vida, estoy observando que alguien ha decidido contar las estrellas y pedir alegrías para poder seguir este camino intransitable. Es poco probable que el sendero mejore, pero también es cierto que esta sinuosa calle me ha brindado demasiadas alegrías cuando jugaba a ser niño.
Aunque recién nos hemos conocido, pido que vuelvas a sonreírme. No lo tome como una orden, es que mi corazón ha logrado una mueca de alegría cuando me has mirado. No pediré mucho más que eso, ya que vos estas ocupada intentando enseñarles a los pájaros cómo defenderse cuando las águilas carroñeras intenten atraparlos.
Por hoy, cerraré la puerta y me iré a descansar. Estoy pensando que no sería mala idea desafiar al silencio, pero ya estoy viejo para arrodillarme a cortar flores. Con suerte podría decir alguna estupidez graciosa para que esa mujer sonría.