Me quería comprar un disfraz de cupido para intentar conquistar a la piba de lentes, pero fue imposible. No conseguí talle y tampoco suerte. En pocas palabras, definiríamos la situación como peligrosa.
Tampoco quiero quedarme de brazos cruzados; usaré una postal llena de colores y se la enviaré por correspondencia. Eso parece que tampoco va a ser posible, ya que las telarañas envolvieron la última estafeta.
La opción de retocarme las arrugas y darle una perspectiva a la foto para aparentar ser más musculoso tampoco será probable. A mi teléfono no se actualiza la inteligencia; dice que se le envejeció el cerebro.
Cuando todo parecía perdido y casi en el abismo. Ha aparecido la piba de lentes. Ella viene acompañada de un caniche malhumorado y de un señor que me mira con desconfianza. No creo que sea el último que haga; cargo con la portación de gente desbandada.
Aunque haya intentado tener una comunicación con la bella señorita, nada de eso ha sucedido. Ella prefirió ver cómo orinaba el caniche y cómo el hombre que la acompañaba se reía de Dios. Aunque suene fastidioso ese momento, yo ya me preparé para que en febrero del año que viene ella me reciba este chocolate con forma de corazoncito que tengo guardado del año pasado.