El maravilloso mundo sigue observando cada detalle de nuestras pequeñas vidas. De pronto se sonríe con tus ocurrencias y de a ratos se pone serio al ver cómo nos arrastramos para que nos den un gramo de felicidad.
Sería ilógico pensar que nadie nos observa. Sí, hasta la mujer que se cubre la cabeza con un velo suele agacharse para que nadie la juzgue cuando se adultera el sistema que le impusieron. Situaciones que nos tienen de protagonistas de forma permanente. Porque por más que creamos tener la razón, siempre habrá alguien vestido de guerrero para estampillar nuestra cara cuando hayamos pasado la línea desleal de lo insurrecto.
Aunque muchas veces me haya preguntado quién dictaminó qué es lo bueno y qué es lo malo. Por momentos me siento más estúpido de lo que soy, cuando algunos me pregunta por qué le escribo cartas de amor a la luna o que me digan que tengo la cabeza maltratada por decir lo que siento.
Debo suponer que es el encierro que llevan en sus espaldas o el acercamiento tan exhaustivo hacia las pantallas de colores lo que los convierte en seres llenos de conflictos. Porque me cuesta entender cómo le sonríen a la vida los primeros días de diciembre, pero en enero hacen preguntas sin sentido a alguien que solo le saca fotos a su maltratada vida.
Seguiré pensando y ordenando un poco esta zona donde me encuentro. Necesito sacarle de forma urgente la careta a las gallinas melancólicas de una forma u otra. No es porque sea malvado. Solamente que me he cansado de ver cómo les venden los huevos ajenos a los ingenuos.
Sé que el mundo me está mirando y lo veo reírse de mí cuando camino destartalado por los senderos llenos de obstáculos, pero él también sabe que los locos nos divertimos en silencio observando cómo las flores secas intentan no ser olvidadas. Ya que no es ningún secreto saber que ni el bueno ni el malo… Le pueden ganar a la sinceridad de un bohemio bondadoso.
