Entre los deseos inimaginables de un hombre que está sentado sobre una piedra. También observo a un perro lleno de pulgas que busca tener protagonismo. Debo creer que los dos ya no les prenden velas a los santos paganos durante la madrugada.
En un oscuro rincón, y a pocos metros del hombre y el perro. Está una señorita llena de vendas, aunque ella trata de pasar desapercibida ante los ojos de cualquier ser humano. Termina siendo una situación casi imposible para ella. El dolor que le provoca quitarse esas telas que la cubren ha llamado la atención a grandes y chicos con sus gritos.
Los alaridos de esa mujer endeble no han cesado. Entre esos gritos veo a un joven que tiene las piernas muy largas. No es algo que haya sucedido de la noche a la mañana. Él, desde hace tiempo, intenta charlar con Dios, es por eso que busca ganar altura entrenando para poder llegar al cielo. Aunque él intenta negar su propósito, se nota en su rostro el deseo de ser perdonado.
La cotidianidad del lugar me asusta. Aunque la piba de labios pintados color rosa me diga que soy muy bueno. Hay un cierto perfume de olvido en las almas de todos aquellos que estoy observando. No es que le tenga miedo a lo inverosímil, solo que a veces me produce un desgaste emocional entender que ellos ya le vendieron el alma a la silenciosa.