La señorita que le escribe poemas a las palomas vestidas de insurrectas me dice que el amor no hace doler la cabeza. Que debo recurrir a un médico para viejos, ya que lo mío podría ser la tensión arterial o una fuerte artrosis.
La dualidad que se ha producido en mi ventrículo derecho, si hasta hace unos segundos pensaba en ese señor vanidoso que le regalaba chocolates a las mariposas traicioneras para que le den un beso en la mejilla izquierda. ¿Eso no era amor? Porque yo la vi a ella tomándose la cabeza en señal de sufrimiento.
Dejaré de pensar en esas situaciones. No quiero dejar de creer en las verdades de un insecto holometábolo y tampoco en las palomas. Porque aunque a veces se vean crueles, ellas suelen llevar una rama de paz a los estúpidos como yo.
Parece que este séptimo día me tendrá bastante convulsionado. Ya que no solo me duele la cabeza, también he podido observar cómo el viento sur le arranca los pétalos a las flores del viejo árbol. ¿Eso será amor?
Mi perra, que está echada a mis pies, no ha dejado de observarme. Me ha mirado algo sarcástica y, de un momento a otro, me ha dicho: “Deja de pensar en el amor y anda, lávate la cara; que es domingo y tienes que comprarme huesos”.