Las nubes se habían complotado para que esas mujeres salieran libremente de sus casas. Las cabelleras húmedas y ese perfume a rosas se aferraban a una ciudad llena de misterios enterrados en la cripta de una catedral.
No habré caminado más de tres cuadras cuando volví a encontrarme con los ojos celestes más hermosos que he conocido. Nos saludamos como si fuéramos grandes amigos; no hubo dudas de que mi corazón había vuelto a latir con intensidad.
Hablamos de los días de tristezas y de las personas que se sumergen entre las alcantarillas oscuras para llamar la atención. Aunque suene extraño, muchas de ellas se quedaron ahí encerradas por culpar a la mente de que no sabía encender la luz.
No me miró de forma cómplice. Ella tiene los sentimientos guardados en una bolsa de papel oscuro. Solo puede sacarlos cuando se siente solitaria. No la condeno por eso, ya que esa mujer sabe de soledades desde hace mucho tiempo.
La despedida fue un fuerte abrazo. Yo solo la miré a sus ojos celestes sin decirle nada, pero en ese choque de corazones pude transmitirle lo que había sentido de haberme reencontrado nuevamente con ella. Sé fehacientemente que no volveremos a vernos por un tiempo. No es que adivine el futuro, solo pude percibir lo que su corazón anda buscando.