El ultimo mordiscón

Mientras una comunidad de mosquitos intenta saciar la sed en el brazo de un señor lleno de problemas. Una mujer sexagenaria que está sentada a su derecha le acaba de dar el último mordisco a una manzana de color verde. Tal vez eso indique el fin de una relación de muchos años o quizás sea la felicidad que anduvieron buscando desde hace rato.

Lucrecia siempre había soñado con ser una artista. En su juventud había buscado tener protagonismo en los bares de aquel pueblo lleno de miserias. Por otro lado estaba Sebastián, un aprendiz de electricista que nunca pudo terminar su escuela secundaria, pero que se daba maña para sacar cálculos matemáticos en las noches de parranda.

Ellos habían jurado encontrar la felicidad. No importaba la condición económica, mucho menos los deseos armoniosos de un par de viejos que habían elegido por padres. Situación que se daba por haber nacido en un orfanato. Lugar de donde serían rescatados por esos dos ancianos que ya luchaban contra los achaques.

Tanto Lucrecia como Sebastián han aumentado años, arrugas y también deudas. No debe ser un dato menor que todo lo que está sucediendo sea causa de acumulación de disgustos y deseos que quedaron colgados en esa cama destartalada. Sumado a todo eso, también se puede observar cómo ese hombre de altas juergas ha perdido la visión a causa de la diabetes.

Tal vez sea la condición de Sebastián lo que le ha permitido a Lucrecia apoderarse del único alimento que tenían para saciar el hambre de esa semana. Una manzana verde, fruto que ese hombre había recibido por el Día de Gracias.

En ese último mordiscón se puede percibir la traición de esa mujer o también se puede contemplar la necesidad de desahogo que tiene Sebastián. Ya que desde hace varios minutos está dando vueltas en círculos intentando atrapar a Lucrecia.

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